martes, 14 de abril de 2009

Bolas en el cielo

Cuento de Luis Bernardo Yepes

Bolas en el cielo


Existía un país donde nunca nevaba, allí un malabarista enseñaba, en los parques, malabares con tres bolas de colores.
En los ratos libres lanzaba al aire las bolas. Una vez las elevó tan alto que mientras caían tuvo tiempo de aplaudir.
Después las lanzó aún más alto, hasta tuvo tiempo de comerse un helado triple de banana.
Luego las lanzó a una altura tal que hasta alcanzó a jugar rayuela con unos niños que observaban el espectáculo.
En una ocasión las lanzó y logró jugar un partido de fútbol antes de que regresaran a sus manos. Su equipo ganó por tres goles a uno.
Deben saber que esto lo hacía muy feliz.
Cierto día las lanzó y no regresaron. Se metieron por un hueco del cielo mientras él esperaba confiado.
Al principio estuvo feliz porque creyó que había batido un récord mundial y de seguro lo inscribirían en un libro de los récords, pero los días pasaron y las bolas no regresaban a sus manos. Se llenó entonces de tristeza.
Día y noche estuvo sentado en una banca del parque principal mirando el cielo, de las mejillas le resbalaban lágrimas como carámbanos de hielo.
Deben saber que esto lo hizo muy infeliz.
El país donde nunca nevaba se quedó sin malabarista. La gente, en sus ratos libres, lo ayudaba a mirar el cielo, pero nada, las bolas anidaron allá, en el lejano azul.
Cada día mayor cantidad de personas observaban el cielo. Cualquier día todos en ese país caminaron mirando hacia arriba. Las señales callejeras y los avisos de los almacenes fueron ubicados de tal manera que la gente los podía apreciar mientras miraba hacia el cielo.
Los vehículos se fueron oxidando porque nadie los utilizaba, la gente prefería caminar para así apreciar el cielo. Las niñas y niños comenzaron a nacer con la cabeza levantada mirando el cielo. La gente ya no se miraba a los ojos para conversar, miraba el cielo.
Las personas en ese país desarrollaron la extraña capacidad de andar por ahí sin usar los ojos.
Se acostumbraron a estudiar, amar y trabajar mirando el cielo.
El soberano organizó la nación de tal manera que se pudo vivir allí mirando el cielo.
El malabarista, viejo ya, seguía mirando hacia arriba esperanzado.
Deben saber que era un hombre paciente.
¡Un día cualquiera nevó! Con la nieve cayeron tres bolas blancas en las manos del viejo malabarista. Sonrió, brincó, gritó para comunicar el descenso de las bolas, blancas ya. Nadie le hizo caso, a nadie le importó. Ya todos habían olvidado la razón por la cual miraban el cielo. Solo el viejo malabarista supo por qué lo había hecho durante tanto tiempo. Movió su cabeza hacia todos los lados y a partir de ese día decidió que no miraría más en una sola dirección.
Al cabo de los años se hizo soberano. Gobernó de manera diferente a la de sus antecesores y revolucionó el país con un estilo de vida donde la gente miraba en todas las direcciones.
Deben saber que su pueblo lo amó y lo declaró sabio, y que el país donde nunca había nevado, es hoy, el país más próspero, feliz y hermoso del planeta. Además, el récord se encuentra en el libro de los récords más famosos del mundo y las bolas en el museo real.

sábado, 11 de abril de 2009

Romance a Pedro Camejo Negro I


Por: Jhuan Z. Rodriguez

¿Quien no ha oído nombrar a Pedro Camejo, a ese que Bolívar llamó Negro I?
Primero en bravura, primero en destreza, primero en la lucha y primero con el machete conuquero.

Ese que se batió en las batallas para que nosotros levantarámos de la tierra las rodillas y fuésemos libres como lo quería Bolívar.

El mismo que páez le decía : " León de Payara" porque cuando llego a su ejercito vino como el viento que sopla en los llanos. Como el Apure que se desbordó en invierno. Como el fuego que arrasa en verano.

Fue llama que se prendió en Guasdualito, haciéndose primero en Mata de Miel, primero en el Yagual, y primero en las Queseras del medio.

Arrojado y mañanero también fue entre los ciento cincuenta de " Vuelvan Caras" que a los lanceros de Paéz, los españoles iban persiguiendo.

Así llegó a Carabobo, sin miedo, que nunca lo tuvo, de guerrero se hizo Teniente Coronel Republicano.

Y tambien en Carabobo iba de primero con la lanza en la mano cuando casi todos estaban muertos.

" Bravos de Apure" se queda sin comandantes.

Negro Primero se sale por un atajo y atraviesa la sabana, lleva su pecho abierto y junto con su caballo continúa en el combate.

Una mezcla de sangre y pólvora envuelve a los escuadrones. En ese instante se ve un jinete a toda velocidad y lanza en mano es un huracan dando la batalla, se acerca todo bañado en sangre a la verdadera libertad.

Se sale del combate, afanosamente busca su jefe, el catira Paéz, quién lo está observando y cree que esta huyendo.

Su vos como un trueno estremese a Carabobo:

-¡Negro cobarde!...¿Por que huyes, tienes miedo?

-¡Regresa... hazte matar!

-¡Tu tienes que ser el primero!

-¡Necesito ver tu sangre libre en la mitad de esta batalla!

Negro I clava sus ojos en toda la inmensidad de las colinas, obliga a regresar a su caballo, arroja la lanza que va a clavarse en una meseta, rompe con ambas manos su chaqueta y le enseña su pecho partido en dos a su jefe.

Caballo y jinete se detienen, erguido y sin desplomarse, esclama:

-¡Mi general, mi general, vengo a decirle adios, porque estoy muerto!!!

Paéz se hecha la cruz, no puede creerlo mira el cielo y solo alcansa a decir:

-¡Señor, padre nuestro!!!

A 188 años de su muerte


Historia

Los Restos del Negro Primero no estan en el Panteon Nacional
De acuerdo con algunos historiadores, este teniente coronel, que falleció iniciando la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821, fue enterrado en Tocuyito, donde se encontraba el cementerio más cercano

Antonella Fischietto M.

Parece cierta la frase según la cual la historia la cuentan los vencedores. El teniente coronel Pedro Camejo, más conocido como el Negro Primero, es una figura relegada en la historia de Venezuela.

Cuando se conmemora la Batalla de Carabobo cada 24 de junio también debería rendírsele homenaje al Negro Primero, fallecido en ese escenario de lucha. Quizás su corta participación en esa batalla no le permitió tener los honores que conquistaron otros valiosos héroes. Y ¿por qué no sospechar discriminación racial en su caso?

Sin embargo, el sentir popular le ha dado un valor especial a este personaje. Algunos le atribuyen poderes sobrenaturales y por eso su imagen está presente en las perfumerías esotéricas. Se ha llegado a decir que los creyentes de María Lienza dieron origen a un sincretismo religioso en torno al Negro Primero y al Negro Felipe, para finalmente convertirlo en un solo y obtener de él favores divinos.

De lo que se conoce con exactitud de Pedro Camejo es la fecha en que murió. Cuándo nació nadie se ha pronunciado. Se sabe que murió en 1821, en la batalla de Carabobo. Era un hombre de origen humilde, sin ninguna cultura. En 1816 sentó plaza como soldado con Páez, con quien hizo rodas las campañas de los Llanos hasta Carabobo. Por su casta y valor, se le apodó Negro Primero.

Fue temerario y de gran lealtad a su jefe, José Antonio Páez. Combatió en la batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821. Allí dijo su célebre frase: “…Vengo a decirle adiós porque estoy muerto, mi General”. A su muerte, fue ascendido a teniente de caballería.

En medio de la batalla, con su cabalgadura a paso lento, se dirigió a su jefe, quien, al verlo, le gritó: “¿Tienes miedo?”. El Negro Primero, desgarrándose su guerrera, le mostró dos heridas sangrantes y le respondió esa famosa expresión.

La muerte lo sorprendió en los primeros intercambios. Se le describe como un soldado de extracción humilde y escasa cultura.

Fue valiente, como lo demostró en Mucuritas, las Queseras del medio y otras confrontaciones.

Intrépido bólido
Rubén Racamonde, cronista sentimental de Tocuyito, escribe acerca del Negro Primero en su obra Tocuyito …Historia, Leyenda y Tradición: “el héroe de tantas batallas, el hombre que lanza en mano tasajeó a más de un español, el intrépido bólido cortante que se abría camino entre fuego y filo, no duraría mucho en pie durante aquel magno enfrentamiento. El General José Antonio Páez, su Comandante, el mismo Centauro de los Llanos, fue sorprendido y por momentos se confundió ante el hallazgo de aquel emblema de valentía y arrojo, ya casi sin aliento y con el pecho destrozado apenas comenzando la batalla”.

Según narra este historiador, tras la muerte de Pedro Camejo, que estaba junto a los cientos de fallecidos en el campo de batalla, Páez ordenó “enterrar sus restos en el camposanto más cercano”, lugar que, de acuerdo con el criterio de racamonde, correspondía precisamente a Tocuyito, adonde fueron llevados los restos de otros oficiales caídos en ese escenario de lucha. Racamonde explica que, en esa época, los cementerios, tierras sagradas o camposantos eran construidos detrás de las iglesias y el de Tocuyito, en tiempo coincidente con la batalla de 1821, “presentaba daños en su cercado, lo que permitía que ciertos animales causaran destrozos y algunas situaciones no deseables, por lo que al mayordomo de la iglesias encargado de estos quehaceres, fue autorizado, durante un tiempo, a enterrar dentro de ella a los fallecidos”.

Al cementerio más cercano
Agrega el cronista que “una vez concluida la confrontación, recogidos los pertrechos y contabilizadas las bajas de lado y lado, fue en Tocuyito, el pueblo más cercano al campo de batalla, en su cementerio, dentro de su Iglesia San Pablo Ermitaño, adonde correspondió traer y enterrar los cadáveres de aquellos héroes”.

-Recordamos haber escuchado acerca de una testigo y del lugar en que estaba ubicada la rumba dentro de la iglesia. Era una señora que claramente observaba frente a su reclinatorio, ubicado en la nave derecha, una placa con el nombre de Pedro Camejo. En ese tiempo su historia era tan reciente como desconocida para el común de las personas del pueblo, por lo que entre tantas lápidas, esta visualización no generaba interés especial ni relación con el Negro Primero, señala Racamonde.

De acuerdo con las afirmaciones de este autor, el cementerio desapareció bajo la sombra de frondosos árboles y otras construcciones en el patio parroquial. Presume que los cambios del piso interior fueron realizados seguramente por una mano de obra primitiva, tosca, desentendida y sin ninguna información o preparación para conservar reliquias. Dice que esos trabajos hicieron perder la huella de lo poco que quedaba del negro.

El se reflexiona lo siguiente: “Si Pedro Camejo no fue quemado en el campo de batalla, sino enterrado, según su deseo, en tierra sagrada; si la Iglesia San Pablo Ermitaño era el camposanto más cercano; si hubo el testimonio de una testigo confiable que observó la lápida en el piso del templo; no es de extrañar que exista la conciencia y tradición en el tocuyitano de que allí yace el Negro Primero”.

Los historiadores tienen posiciones encontradas al respecto. Racamonde señala que la respuesta a esta polémica puede estar bajo ese piso, que una vez fue de piedra y ladrillo, luego de cimiento romano y más recientemente de granito.

El cronista sentimental Tocuyito considera probable que, debido al tiempo transcurrido, la falta de identificación actual del sitio exacto donde fue enterrado o la ausencia de interés para trasladarlos al Panteón Nacional, los restos del “prócer llanero” continúen para siempre en el camposanto más cercano al lugar sonde se realizó la batalla de Carabobo.

Algunos monumentos en su honor
Dentro de los límites que comprende el campo de Carabobo, fue erigido un sencillo monumento al Negro Primero, específicamente donde cayó muerto. Es un monolito erigido en el año 1935, que está ubicado al noroeste del monumento, próximo al sector denominado Gualembe y en medio de una precaria finca.

Otra distinción hacia su figura se encuentra en la Avenida de los Héroes, la cual forma parte del monumento de Carabobo. Su busto, de 1.20 mts x 80 cms, sobre un pedestal de 1.80 mts x 90 cms, aparece junto con otros 15 próceres de la patria.
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El cuidador de animales


El cuidador de animal
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Cuento de Ricardo Mariño


Después de años de empleo, mi tío Finegan Wake consiguió que lo designaran cuidador en el Centro de Animales de Extinción, en Río Negro (Argentina). Allí recibían especialísima atención: un cóndor, un yaguareté, 3 venados de las pampas, un tatú carreta, 3 ñandúes y el perrito faldero de la presidenta del centro, un “ratonero” hambriento que se había agregado por su cuenta.
Cuando la doctora Perrone de Vaca se marchó en un auto para hacer diligencias, el tío Finegan salió a recorrer el lugar. Lo primero que llamó su atención fue que el perro anduviera suelto.
—¡Dios mío! Tal vez sea el último ejemplar viviente de esta especie —exclamó mi tío y comenzó a perseguirlo.
Estaba corriendo al perro cuando se detuvo en seco ante otra anormalidad: había un enorme ratón en la jaula del tatú. Abrió la puertita del refugio del tatú y le gritó:
—¡Fuera, fuera!
Enseguida divisó al perro: “Allá está, en aquella grandísima jaula vacía”. Abrió la puerta y se coló al interior: “Debo actuar con prudencia. Cualquier movimiento brusco dañará sicológicamente al perrito”, se dijo. Y agregó: “¡Se está lavantando viento!”.
Pero en realidad no era viento sino el cóndor que pasaba por atrás, aprovechando la puerta abierta. El perrito logró escapar hacia el campo. Desesperado, el tío Finegan pensó que tenía que recuperar ese ejemplar antes de que regresara la presidenta y que, para hacerlo, necesitaba un caballo.
—En un lugar como éste no puede faltar un buen potro —se dijo mientras abría el jaulón del yaguareté.
La fiera emitió un terrible rugido y salió al patio.
—Este no sirve, es muy chico —decidió el tío.
Abrió luego el corral de los venados y, como tampoco quedó satisfecho, decidió finalmente montar un ñandú. De lo que mi tío se olvidó fue de cerrar las puertas de todas las jaulas. Después de tres horas de galopar a toda carrera, el ñandú optó por regresar al corral. Antes se detuvo un segundo en el patio para librarse de la carga que llevaba encima: mi tío.
Mientras tanto, el cóndor voló hasta la cordillera y regresó con una novia. Asustado por la estatua de un león en un pueblo vecino, el yaguareté había regresado con la cola entre las patas y se había metido mansamente en su jaula. Los venados habían vuelto por su ración de la tarde, y el tatú carreta, tras devorar toda una huerta de zanahorias en una chacra vecina, había vuelto a su refugio para hacer la digestión. Mi tío ya se daba por despedido porque no había encontrado el valioso perro ratonero. Mientras pensaba en una excusa para darle a la presidenta, fue cerrando las puertas abiertas.
Ni bien regresó, Mara Perrone de Vaca inspeccionó el lugar. Mi tío estaba por tirarse a sus pies implorando perdón, cuando vio que el perrito recibía a la mujer moviendo alegremente la cola.
—Me salvé... volvió solito —pensó Finegan.
—Señor Wake, no sé cómo lo hizo, pero debo felicitarlo: hace años que teníamos un solo cóndor y queríamos formar una parejita.
—¡No me diga que acá hay un cóndor! —se asombró el tío Finegan.

viernes, 10 de abril de 2009

KAMBA, EL VIGILANTE DE LA SELVA

Por: Jhuan Z. Rodriguez

Kamba era un gorila que vivía en el Amazonas con su esposa Kala y con su hijo Juanito, ellos vivían allí vigilando no solo el rebaño gorila, sino pendientes de que nadie, sobre todo el hombre, fuera como lo hace siempre a devastar y deforestar la amazonia.

Ocurrió que un día la familia hacía su cotidiano viaje aéreo aferrado de grandes bejucos, o cordones vegetales inmensos que se desprenden de los árboles, estos viajes también los aprovechaba la familia para buscar alimentos.

De repente Juanito grita con miedo y le dice a Kamba y a Kala, señalando el río:

- ¡Miren, padres, allá… allá… vean, a la orilla, ahí están, los devoradores de la selva, vienen a matarnos!

- Otra vez –dice angustiada Kala, quien les ordena detenerse y refugiarse en uno de los árboles, que les permita ver lo que hacen los humanos.

Kamba observa y con sabiduría le dice a su familia:

- No tengamos miedo a esos desconocidos, vamos a reunir a todas las especies y a pedirle al espíritu de la selva que se hagan vampiros y caníbales para asustarlos y que se vayan corriendo de aquí.

- No papi -le dice Juanito-, yo quiero que tú los saques de aquí como sea, ellos me dan mucho miedo.

Kala piensa y entonces le aconseja a Kamba:

- Juanito tiene razón, solo tu puedes darles un buen susto, vamos Kamba utiliza tus poderes.

- ¿Mis poderes mágicos para eso? –responde Kamba.

- Si papi –le dice Juanito-, vuélvete caníbal y sálvanos.

- Sino cuidamos nuestra casa, esos depredadores humanos acabaran con el agua, los ríos se volverán mas pequeños, talaran nuestros árboles, exterminaran todas las especies y todos moriremos –dice Kala muy preocupada.

- Si papi, no dejes que esos monstruos arrasen lo nuestro.

Mientras tanto los hombres que habían llegado bajaban de los barcos maquinas para tumbar árboles, tractores para nivelar la tierra, motores para extraer el agua y hablaban de construir selva adentro un enorme campo turístico, pues esto seria el negocio del siglo.

Kamba se enfureció, eso era una burla, un abuso y entonces decidió convertirse en el “GORILA ARGOS”, es decir, en el gorila de los cien ojos y se hizo gigante guardián de la selva del Amazonas, él sentía que así se hacia un fiel defensor de la fauna y de la flora. Reunió a todas las especies y los organizó como soldados y nombró a todos los leopardos comandantes para que dirigieran a todos los soldados que eran pajaritos, culebras, loros, leones, elefantes, jirafas, en fin a todos los seres animales de la selva.

Así se dispusieron al mando del “GORILA ARGOS” para atacar a los depredadores humanos.

En la noche los forasteros hicieron fogatas y un gran incendio selva adentro comenzó su destrucción. Los caimanes, elefantes y pescados comenzaron su tarea de bomberos y cargaban en sus gargantas agua que expulsaban hacia el terrible incendio. Los leopardos con todos sus soldados rodearon el campamento de los humanos y ante el terror y el asombro Kamba, ahora convertido en el “GORILA ARGOS” se les presento a los usurpadores quienes temblaron de susto y muchos salieron espantados.

Kamba dio la orden de atacar, él solo exterminó a más de 500 hombres, pues sus ojos recogieron el fuego que los hombres habían hecho, y se los devolvió; comandantes y soldados persiguieron a los intrusos y los exterminaron uno a uno. La batalla fue fácil, el incendio lo apagaron rápido y Kamba el “GORILA ARGOS” destruyó toda la maquinaria, equipos y naves que los depredadores habían traído para conquistar y dañar los pulmones de América.

Kala y Juanito estaban orgullosos de Kamba y toda la selva retumbaba de alegría, todos los animales cantaban, reían, gritaban y un suave viento hacía que los árboles y las hierbas bailaran con la felicidad de haberse salvado.

Kamba, el “GORILA ARGOS”, decía:

- Nunca permitiremos a los depredadores humanos que nos vengan a esclavizar y a exterminar nosotros somos la verdadera naturaleza.


Y todos aplaudieron