sábado, 26 de diciembre de 2009

LA BALADA DE AÑO NUEVO


MANUEL GUTIÉRREZ NÁJERA

LA BALADA DE AÑO NUEVO

En la alcoba silenciosa, muelle y acolchonada apenas se oye la suave respiración del enfermito. Las cortinas están echadas; la veladora esparce en derredor su luz discreta, y la bendita imagen de la Virgen vela a la cabecera de la cama. Bebé está malo, muy malo... Bebé se muere...

El doctor ha auscultado el blanco pecho del enfermo; con sus manos gruesas toma las manecitas diminutas del pobre ángel, y, frunciendo el ceño, ve con tristeza al niño y a los padres. Pide un pedazo de papel; se acerca a la mesilla veladora, y con su pluma de oro escribe... escribe. Sólo se oye en la alcoba, como el pesado revoloteo de un moscardón, el ruido de la pluma corriendo sobre el papel, blanco y poroso. El niño duerme; no tiene fuerzas para abrir los ojos. Su cara, antes tan halagüeña y sonrosada, está más blanca y transparente que la cera: en sus sienes se perfila la red azulosa de las venas. Sus labios están pálidos, marchitos, despellejados por la enfermedad. Sus manecitas están frías como dos témpanos de hielo... Bebé está malo... Bebé está muy malo... Bebé se va a morir...

Clara no llora; ya no tiene lágrimas. Y luego, si llorara, despertaría a su pobre niño. ¿Qué escribirá el doctor? ¡Es la receta! ¡Ah, si Clara supiera, lo aliviaría en un solo instante! Pues qué, ¿nada se puede contra el mal? ¿No hay medios para salvar una existencia que se apaga? ¡Ah! ¡Sí los hay, sí debe haberlos; Dios es bueno, Dios no quiere el suplicio de las madres; los médicos son torpes, son desamorados; poco les importa la honda aflicción de los amantes padres; por eso Bebé no está aliviado aún; por eso Bebé sigue muy malo; por eso Bebé, el pobre Bebé se va a morir! Y Clara dice con el llanto en los ojos:

-¡Ah! ¡Si yo supiera!

La calma insoportable del doctor la irrita. ¿Por qué no lo salva? ¿Por qué no le devuelve la salud? ¿Por qué no le consagra todas sus vigilias, todos sus afanes, todos sus estudios? ¿Qué, no puede? Pues entonces de nada sirve la medicina: es un engaño, es un embuste, es una infamia. ¿Qué han hecho tantos hombres, tantos sabios, si no saben ahorrar este dolor al corazón, si no pueden salvar la vida a un niño, a un ser que no ha hecho mal a nadie, que no ofende a ninguno, que es la sonrisa, y es la luz, y es el perfume de la casa?

Y el doctor escribe, escribe. ¿Qué medicina le mandará? ¿Volverá a martirizar su carne blanca con esos instrumentos espantosos?

-No, ya no -dice la madre-, ya no quiero. El hijo de mi alma tuerce sus bracitos, se disloca entre esas manos duras que lo aprietan, vuelve los ojos en blanco, llora, llora mucho, ruega, grita, hasta que ya no puede, hasta que la fuerza irresistible del dolor le vence, y se queda en su cuna, quieto, sin sentido y quejándose aún, en voz muy baja, de esos cuchillos, de esas tenazas, de esos garfios que lo martirizan, de esos doctores sin corazón que tasajean su cuerpo, y de su madre, de su pobre madre que lo deja solo. No, ya no quiero, ya no quiero esos suplicios. Me atan a mí también; pero me dejan libres los oídos para que pueda oír sus lágrimas, sus quejas.

¡Lo escucho y no puedo defenderlo: veo que lo están matando y lo consiento!

El niño duerme y el doctor escribe, escribe.

-Dios mío, Dios mío, no quieras que se muera; mándame otra pena, otro suplicio: lo merezco. Pero no me lo arranques, no, no te lo lleves. ¿Qué te ha hecho? Y Clara ahoga sus sollozos, muerde su pañuelo, quiere besarlo y abrazarlo (¡acaso esas caricias sean las últimas!), pero el pobre enfermito está dormido y su mamá no quiere que despierte.

Clara lo ve, lo ve constantemente con sus grandes ojos negros y serenos, como si temiera que, al dejar de mirarlo, se volara al cielo. ¡Cuántos estragos ha hecho en él la enfermedad! Sus bracitos rechonchos hoy están flacos, muy flacos. Ya no se ríen en sus codos aquellos dos hoyuelos tan graciosos, que besaron y acariciaron tantas veces. Sus ojos (negros como los de su mamá) están agrandados por las ojeras, por esas pálidas violetas de la muerte. Sus cabellos rubios le forman como la aureola de un santito.

-¡Dios mío, Dios mío, no quiero que se muera! Bebé tiene cuatro años. Cuando corre, parece que se va a caer. Cuando habla, las palabras se empujan y se atropellan en sus labios. Era muy sano: Bebé no tenía nada. Pablo y Clara se miraban en él y se contaban por la noche sus travesuras y sus gracias, sin cansarse jamás. Pero una tarde Bebé no quiso corretear por el jardín; sintió frío; un dolor agudo se clavó en sus sienes y le pidió a su mamá que lo acostara. Bebé se acostó esa tarde y todavía no se levanta. Ahí están, a los pies de la cama, y esperándole, los botoncitos que todavía conservan en la planta la arena humedecida del jardín.

El doctor ha acabado de escribir, pero no se va. Pues qué, ¿le ve tan malo? El lacayo corre a la botica. -¡Doctor, doctor, mi niño va a morirse!

El médico contesta en voz muy baja:

-Cálmese usted, que no despierte el niño.

En ese instante llega Pablo. Hace quince minutos que salió de esa alcoba y le parece un siglo. Ha venido corriendo como un loco. Al torcer la esquina no quiso levantar los ojos, por no ver si el balcón estaba abierto. Llega, mira la cara del doctor y las manos enclavijadas de la madre; pero se tranquiliza; el ángel rubio duerme aún en su cuna -¡no se ha ido! Un minuto después, el niño cambia de postura, abre los ojos poco a poco, y dice con una voz que apenas suena:

-¡Mamá!, ¡mamá!...

-¿Qué quieres, vida mía? ¿Verdad que estás mejor? ¡Dime qué sientes! ¡Pobrecito mío! Trae acá tus manitas, ¡voy a calentarlas! Ya te vas a aliviar, alma de mi alma. He mandado encender dos cirios al Santísimo. La Madre de la Luz ya va a ponerte bueno.

El niño vuelve en derredor sus ojos negros, como pidiendo amparo. Clara lo besa en la frente, en los ojos, en la boca, en todas partes. ¡Ahora sí puede besarlo! Pero en esa efusión de amor y de ternura, sus ojos, antes tan resecos, se cuajan de lágrimas, y Clara no sabe ya si besa o llora. Algunas lágrimas ardientes caen en la garganta del niño. El enfermito, que apenas tiene voz para quejarse, dice:

-¡Mamá, mamá, no llores!

Clara muerde su pañuelo, los almohadones, el colchón de la cunita. Pablo se acerca. Es hora ya de que él también lo bese. Le toca su turno. Él es fuerte, él es hombre, él no llora. Y entretanto, el doctor, que se ha alejado, revuelve la tisana con la pequeña cucharilla de oro. ¿Qué es el sabio ante la muerte? La molécula de arena que va a cubrir con su oleaje el océano.

-Bebé, Bebé, vida mía. Anímate, incorpórate. Hoy es año nuevo. ¿Ves?

Aquí en tu manecita están las cosas que yo te fui a comprar en la mañana. El cucurucho de dulces, para cuando te alivies; el aro con que has de corretear en el jardín; la pelota de colores para que juegues en el patio. ¡Todo lo que me has pedido!

Bebé, el pobre Bebé, preso en su cuna, soñaba con el aire libre, con la luz del sol, con la tierra del campo y con las flores entreabiertas. Por eso pedía no más esos juguetes.

-Si te alivias, te compraré una corretela y dos borregos blancos para que la arrastren... ¡Pero alíviate, mi ángel, vida mía! ¿Quieres mejor un velocípedo? ¿Sí ...? Pero ¿si te caes? Dame tus manos. ¿Por qué están frías? ¿Te duele mucho la cabeza? Mira, aquí está la gran casa de campo que me habías pedido...

Los ojos del enfermito se iluminan. Se incorpora un poco, y abraza la gran caja de madera que le ha traído su papá. Vuelve la vista a la mesilla y mira con tristeza el cucurucho de los dulces.

-Mamá, mama, yo quiero un dulce.

Clara, que está llorando a los pies de la cama, consulta con los ojos al doctor; éste consiente, y Pablo, descolgando el cucurucho, desata los listones y lo ofrece al niño. Bebé toma con sus deditos amarillos una almendra, y dice:

-Papá, abre tu boca.

Pablo, el hombre, el fuerte, siente que ya no puede más; besa los dedos que ponen esa almendra entre sus labios, y llora, llora mucho.

Bebé vuelve a caer postrado. Sus pies se han enfriado mucho; Clara los aprieta en sus manos, y los besa. ¡Todo inútil! El doctor prepara una vasija bien cerrada y llena de agua casi hirviente. La pone en los pies del enfermito. Éste ya no habla, ya no mira; ya no se queja; nada más tose, y de cuando en cuando, dice con voz apenas perceptible:

-¡Mamá, mamá, no me dejen solo!

Clara y Pablo lloran, ruegan a Dios, suplican, mandan a la muerte, se quejan del doctor, enclavijan las manos, se desesperan, acarician y besan. ¡Todo en vano! El enfermito ya no habla, ya no mira, ya no se queja: tose, tose. Tuerce los bracitos como si fuera a levantarse, abre los ojos, mira a su padre como diciéndole: "¡Defiéndeme!", vuelve a cerrarlos... ¡Ay! ¡Bebé ya no habla, ya no mira, ya no se queja, ya no tose; ya está muerto!

Dos niños pasan riendo y cantando por la calle: -¡Mi Año Nuevo! ¡Mi Año Nuevo!

viernes, 25 de diciembre de 2009

Un año nuevo

Realizado por: Pancho Aquino

Dicen que cuando se acerca fin de año los ángeles curiosos se sientan al borde de las nubes a escuchar los pedidos que llegan desde la tierra.

- ¿Qué hay de nuevo? -pregunta un ángel pelirrojo, recién llegado.
Lo de siempre: amor, paz, salud, felicidad...- contesta el ángel más viejo.

Y bueno, todas esas son cosas muy importantes.

Lo que pasa es que hace siglos que estoy escuchando los mismos pedidos y aunque el tiempo pasa los hombres no parecen comprender que esas cosas nunca van a llegar desde el cielo, como un regalo.

¿Y qué podríamos hacer para ayudarlos? - Dice el más joven y entusiasta de los ángeles.
¿Te animarías a bajar con un mensaje y susurrarlo al oído de los que quieran escucharlo? - pregunta el anciano.

Tras una larga conversación se pusieron de acuerdo y el ángel pelirrojo se deslizó a la tierra convertido en susurro y trabajó duramente mañana, tarde y noche, hasta 1os últimos minutos del último día del año.

Ya casi se escuchaban las doce campanadas y el ángel viejo esperaba ansioso la llegada de una plegaria renovada. Entonces, luminosa y clara, pudo oír la palabra de un hombre que decía:
"Un nuevo año comienza. Entonces, en este mismo instante, empecemos a recrear un mundo distinto, un mundo mejor:
sin violencia, sin armas, sin fronteras, con amor, con dignidad; con menos policías y más maestros, con menos cárceles y más escuelas, con menos ricos y menos pobres.

Unamos nuestras manos y formemos una cadena humana de niños, jóvenes y viejos, hasta sentir que un calor va pasando de un cuerpo a otro, el calor del amor, el calor que tanta falta nos hace.

Si queremos, podemos conseguirlo, y si no lo hacemos estamos perdidos, porque nadie más que nosotros podrá construir nuestra propia felicidad".

Desde el borde de una nube, allá en el cielo, dos ángeles cómplices sonreían satisfechos.
Del libro: "Cuentos para Niños de 8 a 108 II" - Pancho Aquino.

martes, 8 de septiembre de 2009



Una vida de Oso

lunes, 06 de abril de 2009
Mis hijos siempre me pidieron que les inventara cuentos o que transformara en gracioso, aquellos ya conocidos. Hoy, los que les voy a contar una historia dulce y suave, como tu osito de peluche, es una mezcla de fantasía con realidad, hoy les contaré una historia de verdad.Esta es la historia de una osa con dos pequeños ositos. Vivian en un bosque, verde, donde el canto de los pajaritos, era su diario despertar, donde su desayuno, era la miel, tan dulce como los besos de mamá.
Pero, no todo era bello como el arco iris, porque dos ojos, dos orejas y un hocico, no eran suficientes; el peligro siempre estaba cerca, ya que había un cazador que no soportaba verlos felices.Mamá osa, trabajaba mucho para buscar comida y dársela a sus ositos, por lo tanto, tenía poco tiempo para jugar con ellos, llegaba cansada; pero jamás dejaba de reír, de mostrarle que siempre estaba feliz de estar junto a ellos.Un día, uno de los ositos, el más grande, preguntó:- ¿Por qué el cazador no nos deja ser feliz?, ¿para que nos quiere atrapar?, ¿no tiene amigos con quien jugar?El más chiquitín, agregó:- Quizás su mamá no le regala juguetes o no tiene un perro para jugar.- ¡Bueno, pequeñitos! - dijo mamá osa. Ustedes no se preocupen, mientras mamá esté, nada les pasará. Pero,... creo que tienen razón, al cazador le falta amigos.- Nosotros podemos ayudar. - dijo el chiquitín. - Eso sí, no pueden pertenecer a la familia de los osos, porque parece que no le caemos bien. ¿Qué animales le gustarán?.Mientras la familia pensaba en silencio, a lo lejos se escuchó un disparo, -¡¡¡BUUUMMM!!!.- ¡Shhhh! - dijo mamá osa - No hagan ruido, creo que el cazador anda cerca.- ¡Buuuaaa! Tengo miedo, mamita - llorando decía el pequeñín.- Yo también - repitió su hermano.Mamá osa los abrazó, los besó y comenzó a acariciarlo, logrando calmar la caída de las lágrimas. El silenció volvió. El calorcito que mamá les brindaba, los fue adormeciendo lentamente. El señor sueño se fue apoderando de sus ojitos hasta cerrarlos completamente.La calma había vuelto al bosque. Pero en la cabecita del pequeñín un sueñito estaba naciendo... la noche se ponía cada vez más oscura, a lo alto de un árbol, sobre una rama, un búho cantaba; sobre el negro cielo, la luna era un enorme plato blanco; los ojos de los animalitos nocturnos, eran luciérnagas revoloteando; el pequeñín, se encontraba en esa inmensidad oscura, de cosas, sonidos y ruidos desconocidos para él, comenzó a sentir miedo, sus orejas paradas, como todo su pelo, sus ojos se abrieron tratando de ver más allá de esa oscuridad, buscando algo conocido y repitiendo en voz baja, como para que sólo su corazoncito escuchara..."no estoy solo, los animales son mis amigos, mamá: ¿dónde estas?". Dejó de caminar, se paró junto a un árbol, de repente... unos pasos se acercaban hacia él, comenzó a temblar, cada vez más, sus dientes comenzaron a rechinar, quería detenerlos, pero no podía, cuando de repente... -unas manos lo tomaron con gran fuerza, quiso escapar, pero el miedo no le permitía, todo su cuerpito estaba blando. Giró su cabeza, tratando de mirar de quien eran esas manos tan fuertes que lo estaban lastimando, pero todo era tan oscuro, sólo sintió una respiración caliente.Luego de que estas manos lo arrastraran un largo camino, llegaron a una casa pequeña, tenebrosa, iluminada por la luz de la luna. Atravesaron la puerta llena de tela de araña, una araña quedó en el hocico de osito, desesperado intentó quitársela, pero al moverse, las manos lo apretaron con más fuerza y una voz resonó:- Quédate quieto, animal, o te enseñaré a los golpes.Osito obedeció, tratando de contener las lágrimas, pero esa voz, se le hacía conocida, pero, ¿de donde?, ¿cómo hacer para que vuelva a hablar?, si se movía otra vez, corría el riesgo de que lo golpeara.- Piensa osito, piensa - se decía en voz baja.- Bueno, por ahora te quedarás aquí, en este rincón, luego te ataré a un árbol, espero que no me des problemas.- Si, ahora sé de donde es esa voz - dijo osito - es el malvado cazador, ¿pero que quiere conmigo?Mientras el cazador buscaba algo dentro de un viejo baúl, osito lloraba muy bajito, casi en silencio, rogando que su mamá viniera a salvarlo.De pronto, el cazador se acerca a osito, lo toma de una patita y lo arrastra hacia fuera. En sus manos, grandes y sucias, estaba lo que tanto buscaba en el baúl; eran cadenas, que las fue amarrando a las patas de osito y otra, como si fuera un collar, se la colocó en el cuello.Osito no trató de soltarse, sólo quedó parado junto al árbol, tratando de entender ¿qué pretendía éste malvado hombre, hacer con él?. Cuando de golpe, el cazador sacó un látigo y comenzó a dar órdenes a osito, cómo los domadores de los circos,- Pero... - ¿yo no soy una fiera?, pensaba osito.- Dale, párate en dos patas, súbete a ése barril, vamos, ¿qué esperas?, CHASSSS!!!! - sonaban los latigazos en el piso.¿Que otra cosa podía hacer osito?, nada, sólo obedecer y así pasó toda la noche, subiendo y bajando del barril, parándose en dos patas, trepando al árbol y tantas cosas más, ya que los latigazos seguían sonado.Fue tanto el trabajo que hizo, que de golpe cayó desplomado de cansancio, no había bebido, ni comido nada, pobre osito, entre dientes reclamaba la presencia de su mamá.Volvió a sonar un latigazo y junto a él, un grito:- Levántate, haragán, me estás poniendo muy nervioso, la función es mañana y quiero ganar mucha plata. ¡Vamos! Sube, baja, salta.Osito no daba más, creía morirse, cuando sus ojos entreabiertos, descubrieron que el sol se asomaba muy lentamente, pero descubrió que algo había en los árboles y no precisamente eran los rayos del sol; muy despacio comenzó a levantarse, cuando el cazador lo miró de frente, salieron del bosque, como si fueran abejas nerviosas, todos los animales, hasta el tigre, el león, el lobo, y se abalanzaron contra el cazador, al cuál sus pies no le alcanzaban para correr, llegó a entrar en la casa, pero juró no volver a salir nunca más.- ¿Estás bien, osito? - preguntaron todos los animales.- Si, gracias amigos, podré volver con mamá y mi hermanito.- No fue idea de nosotros, esto lo planeó un oso muy grande, que te quiere mucho a ti, a tu mamá y a tu hermanito, él nos juntó y nos dio la fuerza para enfrentar a éste malvado cazador.- ¿Dónde está él?, lo quiero abrazar y decirle que yo también lo quiero mucho.- Te espera junto a tu madre, la cuidó mientras no estabas.- Bueno amigos -habló el rey de la selva- dejaremos una guardia permanente en la casa de éste malvado, así nunca más molestará a los animales del bosque, yo me encargaré de eso.Cuando comenzaron a entrar en el bosque, los rayos del sol se hicieron más fuerte, molestaban los ojos de osito y con sus patitas empezó a refregarse, pero una mano acarició su cabeza, cuando abrió sus ojos, vio ante ellos la imagen de mamá osa y aquel oso que él había adoptado como su papá, las sonrisas de ellos calmó a osito.- ¿Qué pasó mamá, papu?, ¿dónde están todos? ¿y el cazador?, ¿y la casa macabra? ¿las cadenas?- Tranquilo, osito-dijo mamá.- Pero si tu me salvaste, papu, junto a los animales del bosque.- No, osito, sólo fue un mal sueño.- Entonces, ¿el cazador puede salir de su caza? ¿nos puede atrapar todavía?- Bueno, la verdad es que tuviste un sueño muy feo, pero tengo que contarte una sorpresa.- ¿Cuál, dime, cuál?- Está bien, ¿sabes?, el rey de la selva, se encargó del cazador, ha dejado una guardia permanente en la casa, creo que no volverá a molestar a ningún animal del bosque nunca más.- Bien, por fin viviremos felices, ¿y tú, te quedarás con nosotros?- Claro que sí, seremos la familia perfecta.La familia oso, junta como una gran familia, son el ejemplo de AMOR en ese inmenso bosque. Así continúo la vida, todos viven aún ahí, tranquilos, en paz y por sobre todas las cosas muy felices.Colorín, colorado, la felicidad no es sólo comer pescado.
De Bettina Rolón de Almaraz.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Las Tres hijas del Rey



Erase un poderoso rey que tenía tres hermosas hijas, de las que estaba orgulloso, pero ninguna podía competir en encanto con la menor, a la que él amaba más que a ninguna.Las tres estaban prometidas con otros tantos príncipes y eran felices.Un día, sintiendo que las fuerzas le faltaban, el monarca convocó a toda la corte, sus hijas y sus prometidos.
-Os he reunido porque me siento viejo y quisiera abdicar. He pensado dividir mi reino en tres partes, una para cada princesa. Yo viviré una temporada en casa de cada una de mis hijas, conservando a mi lado cien caballeros.
Eso sí, no dividiré mi reino en tres partes iguales sino proporcionales al cariño que mis hijas sientan por mí.Se hizo un gran silencio.
El rey preguntó a la mayor:¿Cuánto me quieres, hija mía?-Más que a mi propia vida, padre. Ven a vivir conmigo y yo te cuidaré.-Yo te quiero más que a nadie del mundo -dijo la segunda.La tercera, tímidamente y sin levantar los ojos del suelo, murmuró:-Te quiero como un hijo debe querer a un padre y te necesito como los alimentos necesitan la sal.El rey montó en cólera, porque estaba decepcionado.- Sólo eso? Pues bien, dividiré mi reino entre tus dos hermanas y tú no recibirás nada.En aquel mismo instante, el prometido de la menor de las princesas salió en silencio del salón para no volver; sin duda pensó que no le convenía novia tan pobre.Las dos princesas mayores afearon a la menor su conducta.-Yo no sé expresarme bien, pero amo a nuestro padre tanto como vosotras -se defendió la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Y bien contentas podéis estar, pues ambicionabais un hermoso reino y vais a poseerlo.Las mayores se reían de ella y el rey, apesadumbrado, la arrojó de palacio porque su vista le hacía daño.La princesa, sorbiéndose las lágrimas, se fue sin llevar más que lo que el monarca le había autorizado: un vestido para diario, otro de fiesta y su traje de boda. Y así empezó a caminar por el mundo. Anda que te andarás, llegó a la orilla de un lago junto al que se balanceaban los juncos. El lago le devolvió su imagen, demasiado suntuosa para ser una mendiga. Entonces pensó hacerse un traje de juncos y cubrir con él su vestido palaciego. También se hizo una gorra del mismo material que ocultaba sus radiantes cabellos rubios y la belleza de su rostro.A partir de entonces, todos cuantos la veían la llamaban "Gorra de Junco".Andando sin parar, acabó en las tierras del príncipe que fue su prometido. Allí supo que el anciano monarca acababa de morir y que su hijo se había convertido en rey. Y supo asimismo que el joven soberano estaba buscando esposa y que daba suntuosas fiestas amenizadas por la música de los mejores trovadores.La princesa vestida de junco lloró. Pero supo esconder sus lágrimas y su dolor. Como no quería mendigar el sustento, fue a encontrar a la cocinera del rey y le dijo:-He sabido que tienes mucho trabajo con tanta fiesta y tanto invitado. ¿No podrías tomarme a tu servicio?La mujer estudió con desagrado a la muchacha vestida de juncos. Parecía un adefesio...-La verdad es que tengo mucho trabajo. Pero si no vales te despediré, con que procura andar lista.En lo sucesivo, nunca se quejó, por duro que fuera el trabajo. Además, no percibía jornal alguno y no tenía derecho más que a las sobras de la comida. Pero de vez en cuando podía ver de lejos al rey, su antiguo prometido cuando salía de cacería y sólo con ello se sentía más feliz y cobraba alientos para sopor-tar las humillaciones.Sucedió que el poderoso rey había dejado de serlo, porque ya había repartido el reino entre sus dos hijas mayores. Con sus cien caballeros, se dirigió a casa de su hija mayor, que le salió al encuentro, diciendo:-Me alegro de verte, padre. Pero traes demasiada gente y supongo que con cincuenta caballeros tendrías bastante.-¿Cómo? exclamó él encolerizado-. ¿Te he regalado un reino y te duele albergar a mis caballeros? Me iré a vivir con tu hermana.La segunda de sus hijas le recibió con cariño y oyó sus quejas. Luego le dijo:-Vamos, vamos, padre; no debes ponerte así, pues mi hermana tiene razón. ¿Para qué quieres tantos caballeros? Deberías despedirlos a todos. Tú puedes quedarte, pero no estoy por cargar con toda esa tropa.-Conque esas tenemos? Ahora mismo me vuelvo a casa de tu hermana. Al menos ella, admitía a cincuenta de mis hombres. Eres una desagradecida.El anciano, despidiendo a la mitad de su guardia, regresó al reino de la mayor con el resto. Pero como viajaba muy des-pacio a causa de sus años, su hija segunda envió un emisario a su hermana, haciéndola saber lo ocurrido. Así que ésta, alertada, ordenó cerrar las puertas de palacio y el guardia de la torre dijo desde lo alto:-iMarchaos en buena hora! Mi señora no quiere recibiros.El viejo monarca, con la tristeza en alma, despidió a sus caballeros y comonada tenía, se vio en la precisión de vender su caballo. Después, vagando por el bosque, encontró una choza abandonada y se quedó a vivir en ella.Un día que Gorro de Junco recorría el bosque en busca de setas para la comida del soberano, divisó a su padre sentado en la puerta de la choza. El corazón le dio un vuelco. ¡Que pena, verle en aquel estado!El rey no la reconoció, quizá por su vestido y gorra de juncos y porque había perdido mucha vista.-Buenos días, señor -dijo ella-. ,Es que vivís aquí solo?-Quién iba a querer cuidar de un pobre viejo? -replicó el rey con amargura.-Mucha gente -dijo la muchacha-.Y si necesitáis algo decídmelo.En un momento le limpió la choza, le hizo la cama y aderezó su pobre comida.-Eres una buena muchacha -le dijo el rey.La joven iba a ver a su padre todos los domingos y siempre que tenía un rato libre, pero sin darse a conocer. Y también le llevaba cuanta comida podía agenciarse en las cocinas reales. De este modo hizo menos dura la vida del anciano.En palacio iba a celebrarse un gran baile. La cocinera dijo que el personal tenía autorización para asistir.-Pero tú, Gorra de Junco, no puedes presentarte con esa facha, así que cuida de la cocina -añadió.En cuanto se marcharon todos, la joven se apresuró a quitarse el disfraz de juncos y con el vestido que usaba a diario cuando era princesa, que era muy hermoso, y sus lindos cabellos bien peinados, hizo su aparición en el salón. Todos se quedaron mirando a la bellísima criatura. El rey, disculpándose con las princesas que estaban a su lado, fue a su encuentro y le pidió:-Quieres bailar conmigo, bella desconocida?Ni siquiera había reconocido a su antigua prometida. Cierto que había pasado algún tiempo y ella se había convertido en una joven espléndida.Bailaron un vals y luego ella, temiendo ser descubierta, escapó en cuanto tuvo ocasión, yendo a esconderse en su habitación. Pero era feliz, pues había estado junto al joven a quien seguía amando.Al día siguiente del baile en palacio, la cocinera no hacía más que hablar de la hermosa desconocida y de la admiración que le había demostrado al soberano.Este, quizá con la idea de ver a la linda joven, dio un segundo baile y la princesa, con su vestido de fiesta, todavía más deslumbrante que la vez anterior, apareció en el salón y el monarca no bailó más que con ella. Las princesas asistentes, fruncían el ceño.También esta vez la princesita pudo escapar sin ser vista.A la mañana siguiente, el jefe de cocina amonestó a la cocinera.-Al rey no le ha gustado el desayuno que has preparado. Si vuelve a suceder, te despediré.De nuevo el monarca dio otra fiesta. Gorra de Junco, esta vez con su vestido de boda de princesa, acudió a ella. Estaba tan hermosa que todos la miraban.El rey le dijo:-Eres la muchacha más bonita que he conocido y también la más dulce. Te suplico que no te escapes y te cases conmigo.La muchacha sonreía, sonreía siempre, pero pudo huir en un descuido del monarca. Este estaba tan desconsolado que en los días siguientes apenas probaba la comidaUna mañana en que ninguno se atrevía a preparar el desayuno real, pues nadie complacía al soberano, la cocinera ordenó a Gorra de Junco que lo preparase ella, para librarse así de regañinas. La muchacha puso sobre la mermelada su anillo de prometida, el que un día le regalara el joven príncipe. Al verlo, exclamó:-jQue venga la cocinera!La mujer se presentó muerta de miedo y aseguró que ella no tuvo parte en la confección del desayuno, sino una muchacha llamada Gorra de Junco. El monarca la llamó a su presencia. Bajo el vestido de juncos llevaba su traje de novia.-De dónde has sacado el anillo que estaba en mi plato?-Me lo regalaron.-Quién eres tú?-Me llaman Gorra de Junco, señor.El soberano, que la estaba mirando con desconfianza, vio bajo los juncos un brillo similar al de la plata y los diamantes y exigió:-Déjame ver lo que llevas debajo.Ella se quitó lentamente el vestido de juncos y la gorra y apareció con el mara-villoso vestido de bodas.-Oh, querida mia! ¿Así que eras tú? No sé si podrás perdonarme.Pero como la princesa le amaba, le perdonó de todo corazón y se iniciaron los preparativos de las bodas. La princesa hizo llamar a su padre, que no sabía cómo disculparse con ella por lo ocurrido.El banquete fue realmente regio, pero la comida estaba completamente sosa y todo el mundo la dejaba en el plato. El rey, enfadado, hizo que acudiera el jefe de cocina.-Esto no se puede comer -protestó.La princesa entonces, mirando a su padre, ordenó que trajeran sal. Y el anciano rompió a llorar, pues en aquel momento comprendió cuánto le amaba su hija menor y lo mal que había sabido comprenderla.En cuanto a las otras dos ambiciosas princesas, riñeron entre sí y se produjo una guerra en la que murieron ellas y sus maridos. De tan triste circunstancia supo compensar al anciano monarca el cariño de su hija menor.
Fin

martes, 14 de abril de 2009

Bolas en el cielo

Cuento de Luis Bernardo Yepes

Bolas en el cielo


Existía un país donde nunca nevaba, allí un malabarista enseñaba, en los parques, malabares con tres bolas de colores.
En los ratos libres lanzaba al aire las bolas. Una vez las elevó tan alto que mientras caían tuvo tiempo de aplaudir.
Después las lanzó aún más alto, hasta tuvo tiempo de comerse un helado triple de banana.
Luego las lanzó a una altura tal que hasta alcanzó a jugar rayuela con unos niños que observaban el espectáculo.
En una ocasión las lanzó y logró jugar un partido de fútbol antes de que regresaran a sus manos. Su equipo ganó por tres goles a uno.
Deben saber que esto lo hacía muy feliz.
Cierto día las lanzó y no regresaron. Se metieron por un hueco del cielo mientras él esperaba confiado.
Al principio estuvo feliz porque creyó que había batido un récord mundial y de seguro lo inscribirían en un libro de los récords, pero los días pasaron y las bolas no regresaban a sus manos. Se llenó entonces de tristeza.
Día y noche estuvo sentado en una banca del parque principal mirando el cielo, de las mejillas le resbalaban lágrimas como carámbanos de hielo.
Deben saber que esto lo hizo muy infeliz.
El país donde nunca nevaba se quedó sin malabarista. La gente, en sus ratos libres, lo ayudaba a mirar el cielo, pero nada, las bolas anidaron allá, en el lejano azul.
Cada día mayor cantidad de personas observaban el cielo. Cualquier día todos en ese país caminaron mirando hacia arriba. Las señales callejeras y los avisos de los almacenes fueron ubicados de tal manera que la gente los podía apreciar mientras miraba hacia el cielo.
Los vehículos se fueron oxidando porque nadie los utilizaba, la gente prefería caminar para así apreciar el cielo. Las niñas y niños comenzaron a nacer con la cabeza levantada mirando el cielo. La gente ya no se miraba a los ojos para conversar, miraba el cielo.
Las personas en ese país desarrollaron la extraña capacidad de andar por ahí sin usar los ojos.
Se acostumbraron a estudiar, amar y trabajar mirando el cielo.
El soberano organizó la nación de tal manera que se pudo vivir allí mirando el cielo.
El malabarista, viejo ya, seguía mirando hacia arriba esperanzado.
Deben saber que era un hombre paciente.
¡Un día cualquiera nevó! Con la nieve cayeron tres bolas blancas en las manos del viejo malabarista. Sonrió, brincó, gritó para comunicar el descenso de las bolas, blancas ya. Nadie le hizo caso, a nadie le importó. Ya todos habían olvidado la razón por la cual miraban el cielo. Solo el viejo malabarista supo por qué lo había hecho durante tanto tiempo. Movió su cabeza hacia todos los lados y a partir de ese día decidió que no miraría más en una sola dirección.
Al cabo de los años se hizo soberano. Gobernó de manera diferente a la de sus antecesores y revolucionó el país con un estilo de vida donde la gente miraba en todas las direcciones.
Deben saber que su pueblo lo amó y lo declaró sabio, y que el país donde nunca había nevado, es hoy, el país más próspero, feliz y hermoso del planeta. Además, el récord se encuentra en el libro de los récords más famosos del mundo y las bolas en el museo real.

sábado, 11 de abril de 2009

Romance a Pedro Camejo Negro I


Por: Jhuan Z. Rodriguez

¿Quien no ha oído nombrar a Pedro Camejo, a ese que Bolívar llamó Negro I?
Primero en bravura, primero en destreza, primero en la lucha y primero con el machete conuquero.

Ese que se batió en las batallas para que nosotros levantarámos de la tierra las rodillas y fuésemos libres como lo quería Bolívar.

El mismo que páez le decía : " León de Payara" porque cuando llego a su ejercito vino como el viento que sopla en los llanos. Como el Apure que se desbordó en invierno. Como el fuego que arrasa en verano.

Fue llama que se prendió en Guasdualito, haciéndose primero en Mata de Miel, primero en el Yagual, y primero en las Queseras del medio.

Arrojado y mañanero también fue entre los ciento cincuenta de " Vuelvan Caras" que a los lanceros de Paéz, los españoles iban persiguiendo.

Así llegó a Carabobo, sin miedo, que nunca lo tuvo, de guerrero se hizo Teniente Coronel Republicano.

Y tambien en Carabobo iba de primero con la lanza en la mano cuando casi todos estaban muertos.

" Bravos de Apure" se queda sin comandantes.

Negro Primero se sale por un atajo y atraviesa la sabana, lleva su pecho abierto y junto con su caballo continúa en el combate.

Una mezcla de sangre y pólvora envuelve a los escuadrones. En ese instante se ve un jinete a toda velocidad y lanza en mano es un huracan dando la batalla, se acerca todo bañado en sangre a la verdadera libertad.

Se sale del combate, afanosamente busca su jefe, el catira Paéz, quién lo está observando y cree que esta huyendo.

Su vos como un trueno estremese a Carabobo:

-¡Negro cobarde!...¿Por que huyes, tienes miedo?

-¡Regresa... hazte matar!

-¡Tu tienes que ser el primero!

-¡Necesito ver tu sangre libre en la mitad de esta batalla!

Negro I clava sus ojos en toda la inmensidad de las colinas, obliga a regresar a su caballo, arroja la lanza que va a clavarse en una meseta, rompe con ambas manos su chaqueta y le enseña su pecho partido en dos a su jefe.

Caballo y jinete se detienen, erguido y sin desplomarse, esclama:

-¡Mi general, mi general, vengo a decirle adios, porque estoy muerto!!!

Paéz se hecha la cruz, no puede creerlo mira el cielo y solo alcansa a decir:

-¡Señor, padre nuestro!!!

A 188 años de su muerte


Historia

Los Restos del Negro Primero no estan en el Panteon Nacional
De acuerdo con algunos historiadores, este teniente coronel, que falleció iniciando la batalla de Carabobo, el 24 de junio de 1821, fue enterrado en Tocuyito, donde se encontraba el cementerio más cercano

Antonella Fischietto M.

Parece cierta la frase según la cual la historia la cuentan los vencedores. El teniente coronel Pedro Camejo, más conocido como el Negro Primero, es una figura relegada en la historia de Venezuela.

Cuando se conmemora la Batalla de Carabobo cada 24 de junio también debería rendírsele homenaje al Negro Primero, fallecido en ese escenario de lucha. Quizás su corta participación en esa batalla no le permitió tener los honores que conquistaron otros valiosos héroes. Y ¿por qué no sospechar discriminación racial en su caso?

Sin embargo, el sentir popular le ha dado un valor especial a este personaje. Algunos le atribuyen poderes sobrenaturales y por eso su imagen está presente en las perfumerías esotéricas. Se ha llegado a decir que los creyentes de María Lienza dieron origen a un sincretismo religioso en torno al Negro Primero y al Negro Felipe, para finalmente convertirlo en un solo y obtener de él favores divinos.

De lo que se conoce con exactitud de Pedro Camejo es la fecha en que murió. Cuándo nació nadie se ha pronunciado. Se sabe que murió en 1821, en la batalla de Carabobo. Era un hombre de origen humilde, sin ninguna cultura. En 1816 sentó plaza como soldado con Páez, con quien hizo rodas las campañas de los Llanos hasta Carabobo. Por su casta y valor, se le apodó Negro Primero.

Fue temerario y de gran lealtad a su jefe, José Antonio Páez. Combatió en la batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821. Allí dijo su célebre frase: “…Vengo a decirle adiós porque estoy muerto, mi General”. A su muerte, fue ascendido a teniente de caballería.

En medio de la batalla, con su cabalgadura a paso lento, se dirigió a su jefe, quien, al verlo, le gritó: “¿Tienes miedo?”. El Negro Primero, desgarrándose su guerrera, le mostró dos heridas sangrantes y le respondió esa famosa expresión.

La muerte lo sorprendió en los primeros intercambios. Se le describe como un soldado de extracción humilde y escasa cultura.

Fue valiente, como lo demostró en Mucuritas, las Queseras del medio y otras confrontaciones.

Intrépido bólido
Rubén Racamonde, cronista sentimental de Tocuyito, escribe acerca del Negro Primero en su obra Tocuyito …Historia, Leyenda y Tradición: “el héroe de tantas batallas, el hombre que lanza en mano tasajeó a más de un español, el intrépido bólido cortante que se abría camino entre fuego y filo, no duraría mucho en pie durante aquel magno enfrentamiento. El General José Antonio Páez, su Comandante, el mismo Centauro de los Llanos, fue sorprendido y por momentos se confundió ante el hallazgo de aquel emblema de valentía y arrojo, ya casi sin aliento y con el pecho destrozado apenas comenzando la batalla”.

Según narra este historiador, tras la muerte de Pedro Camejo, que estaba junto a los cientos de fallecidos en el campo de batalla, Páez ordenó “enterrar sus restos en el camposanto más cercano”, lugar que, de acuerdo con el criterio de racamonde, correspondía precisamente a Tocuyito, adonde fueron llevados los restos de otros oficiales caídos en ese escenario de lucha. Racamonde explica que, en esa época, los cementerios, tierras sagradas o camposantos eran construidos detrás de las iglesias y el de Tocuyito, en tiempo coincidente con la batalla de 1821, “presentaba daños en su cercado, lo que permitía que ciertos animales causaran destrozos y algunas situaciones no deseables, por lo que al mayordomo de la iglesias encargado de estos quehaceres, fue autorizado, durante un tiempo, a enterrar dentro de ella a los fallecidos”.

Al cementerio más cercano
Agrega el cronista que “una vez concluida la confrontación, recogidos los pertrechos y contabilizadas las bajas de lado y lado, fue en Tocuyito, el pueblo más cercano al campo de batalla, en su cementerio, dentro de su Iglesia San Pablo Ermitaño, adonde correspondió traer y enterrar los cadáveres de aquellos héroes”.

-Recordamos haber escuchado acerca de una testigo y del lugar en que estaba ubicada la rumba dentro de la iglesia. Era una señora que claramente observaba frente a su reclinatorio, ubicado en la nave derecha, una placa con el nombre de Pedro Camejo. En ese tiempo su historia era tan reciente como desconocida para el común de las personas del pueblo, por lo que entre tantas lápidas, esta visualización no generaba interés especial ni relación con el Negro Primero, señala Racamonde.

De acuerdo con las afirmaciones de este autor, el cementerio desapareció bajo la sombra de frondosos árboles y otras construcciones en el patio parroquial. Presume que los cambios del piso interior fueron realizados seguramente por una mano de obra primitiva, tosca, desentendida y sin ninguna información o preparación para conservar reliquias. Dice que esos trabajos hicieron perder la huella de lo poco que quedaba del negro.

El se reflexiona lo siguiente: “Si Pedro Camejo no fue quemado en el campo de batalla, sino enterrado, según su deseo, en tierra sagrada; si la Iglesia San Pablo Ermitaño era el camposanto más cercano; si hubo el testimonio de una testigo confiable que observó la lápida en el piso del templo; no es de extrañar que exista la conciencia y tradición en el tocuyitano de que allí yace el Negro Primero”.

Los historiadores tienen posiciones encontradas al respecto. Racamonde señala que la respuesta a esta polémica puede estar bajo ese piso, que una vez fue de piedra y ladrillo, luego de cimiento romano y más recientemente de granito.

El cronista sentimental Tocuyito considera probable que, debido al tiempo transcurrido, la falta de identificación actual del sitio exacto donde fue enterrado o la ausencia de interés para trasladarlos al Panteón Nacional, los restos del “prócer llanero” continúen para siempre en el camposanto más cercano al lugar sonde se realizó la batalla de Carabobo.

Algunos monumentos en su honor
Dentro de los límites que comprende el campo de Carabobo, fue erigido un sencillo monumento al Negro Primero, específicamente donde cayó muerto. Es un monolito erigido en el año 1935, que está ubicado al noroeste del monumento, próximo al sector denominado Gualembe y en medio de una precaria finca.

Otra distinción hacia su figura se encuentra en la Avenida de los Héroes, la cual forma parte del monumento de Carabobo. Su busto, de 1.20 mts x 80 cms, sobre un pedestal de 1.80 mts x 90 cms, aparece junto con otros 15 próceres de la patria.
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El cuidador de animales


El cuidador de animal
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Cuento de Ricardo Mariño


Después de años de empleo, mi tío Finegan Wake consiguió que lo designaran cuidador en el Centro de Animales de Extinción, en Río Negro (Argentina). Allí recibían especialísima atención: un cóndor, un yaguareté, 3 venados de las pampas, un tatú carreta, 3 ñandúes y el perrito faldero de la presidenta del centro, un “ratonero” hambriento que se había agregado por su cuenta.
Cuando la doctora Perrone de Vaca se marchó en un auto para hacer diligencias, el tío Finegan salió a recorrer el lugar. Lo primero que llamó su atención fue que el perro anduviera suelto.
—¡Dios mío! Tal vez sea el último ejemplar viviente de esta especie —exclamó mi tío y comenzó a perseguirlo.
Estaba corriendo al perro cuando se detuvo en seco ante otra anormalidad: había un enorme ratón en la jaula del tatú. Abrió la puertita del refugio del tatú y le gritó:
—¡Fuera, fuera!
Enseguida divisó al perro: “Allá está, en aquella grandísima jaula vacía”. Abrió la puerta y se coló al interior: “Debo actuar con prudencia. Cualquier movimiento brusco dañará sicológicamente al perrito”, se dijo. Y agregó: “¡Se está lavantando viento!”.
Pero en realidad no era viento sino el cóndor que pasaba por atrás, aprovechando la puerta abierta. El perrito logró escapar hacia el campo. Desesperado, el tío Finegan pensó que tenía que recuperar ese ejemplar antes de que regresara la presidenta y que, para hacerlo, necesitaba un caballo.
—En un lugar como éste no puede faltar un buen potro —se dijo mientras abría el jaulón del yaguareté.
La fiera emitió un terrible rugido y salió al patio.
—Este no sirve, es muy chico —decidió el tío.
Abrió luego el corral de los venados y, como tampoco quedó satisfecho, decidió finalmente montar un ñandú. De lo que mi tío se olvidó fue de cerrar las puertas de todas las jaulas. Después de tres horas de galopar a toda carrera, el ñandú optó por regresar al corral. Antes se detuvo un segundo en el patio para librarse de la carga que llevaba encima: mi tío.
Mientras tanto, el cóndor voló hasta la cordillera y regresó con una novia. Asustado por la estatua de un león en un pueblo vecino, el yaguareté había regresado con la cola entre las patas y se había metido mansamente en su jaula. Los venados habían vuelto por su ración de la tarde, y el tatú carreta, tras devorar toda una huerta de zanahorias en una chacra vecina, había vuelto a su refugio para hacer la digestión. Mi tío ya se daba por despedido porque no había encontrado el valioso perro ratonero. Mientras pensaba en una excusa para darle a la presidenta, fue cerrando las puertas abiertas.
Ni bien regresó, Mara Perrone de Vaca inspeccionó el lugar. Mi tío estaba por tirarse a sus pies implorando perdón, cuando vio que el perrito recibía a la mujer moviendo alegremente la cola.
—Me salvé... volvió solito —pensó Finegan.
—Señor Wake, no sé cómo lo hizo, pero debo felicitarlo: hace años que teníamos un solo cóndor y queríamos formar una parejita.
—¡No me diga que acá hay un cóndor! —se asombró el tío Finegan.

viernes, 10 de abril de 2009

KAMBA, EL VIGILANTE DE LA SELVA

Por: Jhuan Z. Rodriguez

Kamba era un gorila que vivía en el Amazonas con su esposa Kala y con su hijo Juanito, ellos vivían allí vigilando no solo el rebaño gorila, sino pendientes de que nadie, sobre todo el hombre, fuera como lo hace siempre a devastar y deforestar la amazonia.

Ocurrió que un día la familia hacía su cotidiano viaje aéreo aferrado de grandes bejucos, o cordones vegetales inmensos que se desprenden de los árboles, estos viajes también los aprovechaba la familia para buscar alimentos.

De repente Juanito grita con miedo y le dice a Kamba y a Kala, señalando el río:

- ¡Miren, padres, allá… allá… vean, a la orilla, ahí están, los devoradores de la selva, vienen a matarnos!

- Otra vez –dice angustiada Kala, quien les ordena detenerse y refugiarse en uno de los árboles, que les permita ver lo que hacen los humanos.

Kamba observa y con sabiduría le dice a su familia:

- No tengamos miedo a esos desconocidos, vamos a reunir a todas las especies y a pedirle al espíritu de la selva que se hagan vampiros y caníbales para asustarlos y que se vayan corriendo de aquí.

- No papi -le dice Juanito-, yo quiero que tú los saques de aquí como sea, ellos me dan mucho miedo.

Kala piensa y entonces le aconseja a Kamba:

- Juanito tiene razón, solo tu puedes darles un buen susto, vamos Kamba utiliza tus poderes.

- ¿Mis poderes mágicos para eso? –responde Kamba.

- Si papi –le dice Juanito-, vuélvete caníbal y sálvanos.

- Sino cuidamos nuestra casa, esos depredadores humanos acabaran con el agua, los ríos se volverán mas pequeños, talaran nuestros árboles, exterminaran todas las especies y todos moriremos –dice Kala muy preocupada.

- Si papi, no dejes que esos monstruos arrasen lo nuestro.

Mientras tanto los hombres que habían llegado bajaban de los barcos maquinas para tumbar árboles, tractores para nivelar la tierra, motores para extraer el agua y hablaban de construir selva adentro un enorme campo turístico, pues esto seria el negocio del siglo.

Kamba se enfureció, eso era una burla, un abuso y entonces decidió convertirse en el “GORILA ARGOS”, es decir, en el gorila de los cien ojos y se hizo gigante guardián de la selva del Amazonas, él sentía que así se hacia un fiel defensor de la fauna y de la flora. Reunió a todas las especies y los organizó como soldados y nombró a todos los leopardos comandantes para que dirigieran a todos los soldados que eran pajaritos, culebras, loros, leones, elefantes, jirafas, en fin a todos los seres animales de la selva.

Así se dispusieron al mando del “GORILA ARGOS” para atacar a los depredadores humanos.

En la noche los forasteros hicieron fogatas y un gran incendio selva adentro comenzó su destrucción. Los caimanes, elefantes y pescados comenzaron su tarea de bomberos y cargaban en sus gargantas agua que expulsaban hacia el terrible incendio. Los leopardos con todos sus soldados rodearon el campamento de los humanos y ante el terror y el asombro Kamba, ahora convertido en el “GORILA ARGOS” se les presento a los usurpadores quienes temblaron de susto y muchos salieron espantados.

Kamba dio la orden de atacar, él solo exterminó a más de 500 hombres, pues sus ojos recogieron el fuego que los hombres habían hecho, y se los devolvió; comandantes y soldados persiguieron a los intrusos y los exterminaron uno a uno. La batalla fue fácil, el incendio lo apagaron rápido y Kamba el “GORILA ARGOS” destruyó toda la maquinaria, equipos y naves que los depredadores habían traído para conquistar y dañar los pulmones de América.

Kala y Juanito estaban orgullosos de Kamba y toda la selva retumbaba de alegría, todos los animales cantaban, reían, gritaban y un suave viento hacía que los árboles y las hierbas bailaran con la felicidad de haberse salvado.

Kamba, el “GORILA ARGOS”, decía:

- Nunca permitiremos a los depredadores humanos que nos vengan a esclavizar y a exterminar nosotros somos la verdadera naturaleza.


Y todos aplaudieron