martes, 8 de septiembre de 2009



Una vida de Oso

lunes, 06 de abril de 2009
Mis hijos siempre me pidieron que les inventara cuentos o que transformara en gracioso, aquellos ya conocidos. Hoy, los que les voy a contar una historia dulce y suave, como tu osito de peluche, es una mezcla de fantasía con realidad, hoy les contaré una historia de verdad.Esta es la historia de una osa con dos pequeños ositos. Vivian en un bosque, verde, donde el canto de los pajaritos, era su diario despertar, donde su desayuno, era la miel, tan dulce como los besos de mamá.
Pero, no todo era bello como el arco iris, porque dos ojos, dos orejas y un hocico, no eran suficientes; el peligro siempre estaba cerca, ya que había un cazador que no soportaba verlos felices.Mamá osa, trabajaba mucho para buscar comida y dársela a sus ositos, por lo tanto, tenía poco tiempo para jugar con ellos, llegaba cansada; pero jamás dejaba de reír, de mostrarle que siempre estaba feliz de estar junto a ellos.Un día, uno de los ositos, el más grande, preguntó:- ¿Por qué el cazador no nos deja ser feliz?, ¿para que nos quiere atrapar?, ¿no tiene amigos con quien jugar?El más chiquitín, agregó:- Quizás su mamá no le regala juguetes o no tiene un perro para jugar.- ¡Bueno, pequeñitos! - dijo mamá osa. Ustedes no se preocupen, mientras mamá esté, nada les pasará. Pero,... creo que tienen razón, al cazador le falta amigos.- Nosotros podemos ayudar. - dijo el chiquitín. - Eso sí, no pueden pertenecer a la familia de los osos, porque parece que no le caemos bien. ¿Qué animales le gustarán?.Mientras la familia pensaba en silencio, a lo lejos se escuchó un disparo, -¡¡¡BUUUMMM!!!.- ¡Shhhh! - dijo mamá osa - No hagan ruido, creo que el cazador anda cerca.- ¡Buuuaaa! Tengo miedo, mamita - llorando decía el pequeñín.- Yo también - repitió su hermano.Mamá osa los abrazó, los besó y comenzó a acariciarlo, logrando calmar la caída de las lágrimas. El silenció volvió. El calorcito que mamá les brindaba, los fue adormeciendo lentamente. El señor sueño se fue apoderando de sus ojitos hasta cerrarlos completamente.La calma había vuelto al bosque. Pero en la cabecita del pequeñín un sueñito estaba naciendo... la noche se ponía cada vez más oscura, a lo alto de un árbol, sobre una rama, un búho cantaba; sobre el negro cielo, la luna era un enorme plato blanco; los ojos de los animalitos nocturnos, eran luciérnagas revoloteando; el pequeñín, se encontraba en esa inmensidad oscura, de cosas, sonidos y ruidos desconocidos para él, comenzó a sentir miedo, sus orejas paradas, como todo su pelo, sus ojos se abrieron tratando de ver más allá de esa oscuridad, buscando algo conocido y repitiendo en voz baja, como para que sólo su corazoncito escuchara..."no estoy solo, los animales son mis amigos, mamá: ¿dónde estas?". Dejó de caminar, se paró junto a un árbol, de repente... unos pasos se acercaban hacia él, comenzó a temblar, cada vez más, sus dientes comenzaron a rechinar, quería detenerlos, pero no podía, cuando de repente... -unas manos lo tomaron con gran fuerza, quiso escapar, pero el miedo no le permitía, todo su cuerpito estaba blando. Giró su cabeza, tratando de mirar de quien eran esas manos tan fuertes que lo estaban lastimando, pero todo era tan oscuro, sólo sintió una respiración caliente.Luego de que estas manos lo arrastraran un largo camino, llegaron a una casa pequeña, tenebrosa, iluminada por la luz de la luna. Atravesaron la puerta llena de tela de araña, una araña quedó en el hocico de osito, desesperado intentó quitársela, pero al moverse, las manos lo apretaron con más fuerza y una voz resonó:- Quédate quieto, animal, o te enseñaré a los golpes.Osito obedeció, tratando de contener las lágrimas, pero esa voz, se le hacía conocida, pero, ¿de donde?, ¿cómo hacer para que vuelva a hablar?, si se movía otra vez, corría el riesgo de que lo golpeara.- Piensa osito, piensa - se decía en voz baja.- Bueno, por ahora te quedarás aquí, en este rincón, luego te ataré a un árbol, espero que no me des problemas.- Si, ahora sé de donde es esa voz - dijo osito - es el malvado cazador, ¿pero que quiere conmigo?Mientras el cazador buscaba algo dentro de un viejo baúl, osito lloraba muy bajito, casi en silencio, rogando que su mamá viniera a salvarlo.De pronto, el cazador se acerca a osito, lo toma de una patita y lo arrastra hacia fuera. En sus manos, grandes y sucias, estaba lo que tanto buscaba en el baúl; eran cadenas, que las fue amarrando a las patas de osito y otra, como si fuera un collar, se la colocó en el cuello.Osito no trató de soltarse, sólo quedó parado junto al árbol, tratando de entender ¿qué pretendía éste malvado hombre, hacer con él?. Cuando de golpe, el cazador sacó un látigo y comenzó a dar órdenes a osito, cómo los domadores de los circos,- Pero... - ¿yo no soy una fiera?, pensaba osito.- Dale, párate en dos patas, súbete a ése barril, vamos, ¿qué esperas?, CHASSSS!!!! - sonaban los latigazos en el piso.¿Que otra cosa podía hacer osito?, nada, sólo obedecer y así pasó toda la noche, subiendo y bajando del barril, parándose en dos patas, trepando al árbol y tantas cosas más, ya que los latigazos seguían sonado.Fue tanto el trabajo que hizo, que de golpe cayó desplomado de cansancio, no había bebido, ni comido nada, pobre osito, entre dientes reclamaba la presencia de su mamá.Volvió a sonar un latigazo y junto a él, un grito:- Levántate, haragán, me estás poniendo muy nervioso, la función es mañana y quiero ganar mucha plata. ¡Vamos! Sube, baja, salta.Osito no daba más, creía morirse, cuando sus ojos entreabiertos, descubrieron que el sol se asomaba muy lentamente, pero descubrió que algo había en los árboles y no precisamente eran los rayos del sol; muy despacio comenzó a levantarse, cuando el cazador lo miró de frente, salieron del bosque, como si fueran abejas nerviosas, todos los animales, hasta el tigre, el león, el lobo, y se abalanzaron contra el cazador, al cuál sus pies no le alcanzaban para correr, llegó a entrar en la casa, pero juró no volver a salir nunca más.- ¿Estás bien, osito? - preguntaron todos los animales.- Si, gracias amigos, podré volver con mamá y mi hermanito.- No fue idea de nosotros, esto lo planeó un oso muy grande, que te quiere mucho a ti, a tu mamá y a tu hermanito, él nos juntó y nos dio la fuerza para enfrentar a éste malvado cazador.- ¿Dónde está él?, lo quiero abrazar y decirle que yo también lo quiero mucho.- Te espera junto a tu madre, la cuidó mientras no estabas.- Bueno amigos -habló el rey de la selva- dejaremos una guardia permanente en la casa de éste malvado, así nunca más molestará a los animales del bosque, yo me encargaré de eso.Cuando comenzaron a entrar en el bosque, los rayos del sol se hicieron más fuerte, molestaban los ojos de osito y con sus patitas empezó a refregarse, pero una mano acarició su cabeza, cuando abrió sus ojos, vio ante ellos la imagen de mamá osa y aquel oso que él había adoptado como su papá, las sonrisas de ellos calmó a osito.- ¿Qué pasó mamá, papu?, ¿dónde están todos? ¿y el cazador?, ¿y la casa macabra? ¿las cadenas?- Tranquilo, osito-dijo mamá.- Pero si tu me salvaste, papu, junto a los animales del bosque.- No, osito, sólo fue un mal sueño.- Entonces, ¿el cazador puede salir de su caza? ¿nos puede atrapar todavía?- Bueno, la verdad es que tuviste un sueño muy feo, pero tengo que contarte una sorpresa.- ¿Cuál, dime, cuál?- Está bien, ¿sabes?, el rey de la selva, se encargó del cazador, ha dejado una guardia permanente en la casa, creo que no volverá a molestar a ningún animal del bosque nunca más.- Bien, por fin viviremos felices, ¿y tú, te quedarás con nosotros?- Claro que sí, seremos la familia perfecta.La familia oso, junta como una gran familia, son el ejemplo de AMOR en ese inmenso bosque. Así continúo la vida, todos viven aún ahí, tranquilos, en paz y por sobre todas las cosas muy felices.Colorín, colorado, la felicidad no es sólo comer pescado.
De Bettina Rolón de Almaraz.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Las Tres hijas del Rey



Erase un poderoso rey que tenía tres hermosas hijas, de las que estaba orgulloso, pero ninguna podía competir en encanto con la menor, a la que él amaba más que a ninguna.Las tres estaban prometidas con otros tantos príncipes y eran felices.Un día, sintiendo que las fuerzas le faltaban, el monarca convocó a toda la corte, sus hijas y sus prometidos.
-Os he reunido porque me siento viejo y quisiera abdicar. He pensado dividir mi reino en tres partes, una para cada princesa. Yo viviré una temporada en casa de cada una de mis hijas, conservando a mi lado cien caballeros.
Eso sí, no dividiré mi reino en tres partes iguales sino proporcionales al cariño que mis hijas sientan por mí.Se hizo un gran silencio.
El rey preguntó a la mayor:¿Cuánto me quieres, hija mía?-Más que a mi propia vida, padre. Ven a vivir conmigo y yo te cuidaré.-Yo te quiero más que a nadie del mundo -dijo la segunda.La tercera, tímidamente y sin levantar los ojos del suelo, murmuró:-Te quiero como un hijo debe querer a un padre y te necesito como los alimentos necesitan la sal.El rey montó en cólera, porque estaba decepcionado.- Sólo eso? Pues bien, dividiré mi reino entre tus dos hermanas y tú no recibirás nada.En aquel mismo instante, el prometido de la menor de las princesas salió en silencio del salón para no volver; sin duda pensó que no le convenía novia tan pobre.Las dos princesas mayores afearon a la menor su conducta.-Yo no sé expresarme bien, pero amo a nuestro padre tanto como vosotras -se defendió la pequeña, con lágrimas en los ojos-. Y bien contentas podéis estar, pues ambicionabais un hermoso reino y vais a poseerlo.Las mayores se reían de ella y el rey, apesadumbrado, la arrojó de palacio porque su vista le hacía daño.La princesa, sorbiéndose las lágrimas, se fue sin llevar más que lo que el monarca le había autorizado: un vestido para diario, otro de fiesta y su traje de boda. Y así empezó a caminar por el mundo. Anda que te andarás, llegó a la orilla de un lago junto al que se balanceaban los juncos. El lago le devolvió su imagen, demasiado suntuosa para ser una mendiga. Entonces pensó hacerse un traje de juncos y cubrir con él su vestido palaciego. También se hizo una gorra del mismo material que ocultaba sus radiantes cabellos rubios y la belleza de su rostro.A partir de entonces, todos cuantos la veían la llamaban "Gorra de Junco".Andando sin parar, acabó en las tierras del príncipe que fue su prometido. Allí supo que el anciano monarca acababa de morir y que su hijo se había convertido en rey. Y supo asimismo que el joven soberano estaba buscando esposa y que daba suntuosas fiestas amenizadas por la música de los mejores trovadores.La princesa vestida de junco lloró. Pero supo esconder sus lágrimas y su dolor. Como no quería mendigar el sustento, fue a encontrar a la cocinera del rey y le dijo:-He sabido que tienes mucho trabajo con tanta fiesta y tanto invitado. ¿No podrías tomarme a tu servicio?La mujer estudió con desagrado a la muchacha vestida de juncos. Parecía un adefesio...-La verdad es que tengo mucho trabajo. Pero si no vales te despediré, con que procura andar lista.En lo sucesivo, nunca se quejó, por duro que fuera el trabajo. Además, no percibía jornal alguno y no tenía derecho más que a las sobras de la comida. Pero de vez en cuando podía ver de lejos al rey, su antiguo prometido cuando salía de cacería y sólo con ello se sentía más feliz y cobraba alientos para sopor-tar las humillaciones.Sucedió que el poderoso rey había dejado de serlo, porque ya había repartido el reino entre sus dos hijas mayores. Con sus cien caballeros, se dirigió a casa de su hija mayor, que le salió al encuentro, diciendo:-Me alegro de verte, padre. Pero traes demasiada gente y supongo que con cincuenta caballeros tendrías bastante.-¿Cómo? exclamó él encolerizado-. ¿Te he regalado un reino y te duele albergar a mis caballeros? Me iré a vivir con tu hermana.La segunda de sus hijas le recibió con cariño y oyó sus quejas. Luego le dijo:-Vamos, vamos, padre; no debes ponerte así, pues mi hermana tiene razón. ¿Para qué quieres tantos caballeros? Deberías despedirlos a todos. Tú puedes quedarte, pero no estoy por cargar con toda esa tropa.-Conque esas tenemos? Ahora mismo me vuelvo a casa de tu hermana. Al menos ella, admitía a cincuenta de mis hombres. Eres una desagradecida.El anciano, despidiendo a la mitad de su guardia, regresó al reino de la mayor con el resto. Pero como viajaba muy des-pacio a causa de sus años, su hija segunda envió un emisario a su hermana, haciéndola saber lo ocurrido. Así que ésta, alertada, ordenó cerrar las puertas de palacio y el guardia de la torre dijo desde lo alto:-iMarchaos en buena hora! Mi señora no quiere recibiros.El viejo monarca, con la tristeza en alma, despidió a sus caballeros y comonada tenía, se vio en la precisión de vender su caballo. Después, vagando por el bosque, encontró una choza abandonada y se quedó a vivir en ella.Un día que Gorro de Junco recorría el bosque en busca de setas para la comida del soberano, divisó a su padre sentado en la puerta de la choza. El corazón le dio un vuelco. ¡Que pena, verle en aquel estado!El rey no la reconoció, quizá por su vestido y gorra de juncos y porque había perdido mucha vista.-Buenos días, señor -dijo ella-. ,Es que vivís aquí solo?-Quién iba a querer cuidar de un pobre viejo? -replicó el rey con amargura.-Mucha gente -dijo la muchacha-.Y si necesitáis algo decídmelo.En un momento le limpió la choza, le hizo la cama y aderezó su pobre comida.-Eres una buena muchacha -le dijo el rey.La joven iba a ver a su padre todos los domingos y siempre que tenía un rato libre, pero sin darse a conocer. Y también le llevaba cuanta comida podía agenciarse en las cocinas reales. De este modo hizo menos dura la vida del anciano.En palacio iba a celebrarse un gran baile. La cocinera dijo que el personal tenía autorización para asistir.-Pero tú, Gorra de Junco, no puedes presentarte con esa facha, así que cuida de la cocina -añadió.En cuanto se marcharon todos, la joven se apresuró a quitarse el disfraz de juncos y con el vestido que usaba a diario cuando era princesa, que era muy hermoso, y sus lindos cabellos bien peinados, hizo su aparición en el salón. Todos se quedaron mirando a la bellísima criatura. El rey, disculpándose con las princesas que estaban a su lado, fue a su encuentro y le pidió:-Quieres bailar conmigo, bella desconocida?Ni siquiera había reconocido a su antigua prometida. Cierto que había pasado algún tiempo y ella se había convertido en una joven espléndida.Bailaron un vals y luego ella, temiendo ser descubierta, escapó en cuanto tuvo ocasión, yendo a esconderse en su habitación. Pero era feliz, pues había estado junto al joven a quien seguía amando.Al día siguiente del baile en palacio, la cocinera no hacía más que hablar de la hermosa desconocida y de la admiración que le había demostrado al soberano.Este, quizá con la idea de ver a la linda joven, dio un segundo baile y la princesa, con su vestido de fiesta, todavía más deslumbrante que la vez anterior, apareció en el salón y el monarca no bailó más que con ella. Las princesas asistentes, fruncían el ceño.También esta vez la princesita pudo escapar sin ser vista.A la mañana siguiente, el jefe de cocina amonestó a la cocinera.-Al rey no le ha gustado el desayuno que has preparado. Si vuelve a suceder, te despediré.De nuevo el monarca dio otra fiesta. Gorra de Junco, esta vez con su vestido de boda de princesa, acudió a ella. Estaba tan hermosa que todos la miraban.El rey le dijo:-Eres la muchacha más bonita que he conocido y también la más dulce. Te suplico que no te escapes y te cases conmigo.La muchacha sonreía, sonreía siempre, pero pudo huir en un descuido del monarca. Este estaba tan desconsolado que en los días siguientes apenas probaba la comidaUna mañana en que ninguno se atrevía a preparar el desayuno real, pues nadie complacía al soberano, la cocinera ordenó a Gorra de Junco que lo preparase ella, para librarse así de regañinas. La muchacha puso sobre la mermelada su anillo de prometida, el que un día le regalara el joven príncipe. Al verlo, exclamó:-jQue venga la cocinera!La mujer se presentó muerta de miedo y aseguró que ella no tuvo parte en la confección del desayuno, sino una muchacha llamada Gorra de Junco. El monarca la llamó a su presencia. Bajo el vestido de juncos llevaba su traje de novia.-De dónde has sacado el anillo que estaba en mi plato?-Me lo regalaron.-Quién eres tú?-Me llaman Gorra de Junco, señor.El soberano, que la estaba mirando con desconfianza, vio bajo los juncos un brillo similar al de la plata y los diamantes y exigió:-Déjame ver lo que llevas debajo.Ella se quitó lentamente el vestido de juncos y la gorra y apareció con el mara-villoso vestido de bodas.-Oh, querida mia! ¿Así que eras tú? No sé si podrás perdonarme.Pero como la princesa le amaba, le perdonó de todo corazón y se iniciaron los preparativos de las bodas. La princesa hizo llamar a su padre, que no sabía cómo disculparse con ella por lo ocurrido.El banquete fue realmente regio, pero la comida estaba completamente sosa y todo el mundo la dejaba en el plato. El rey, enfadado, hizo que acudiera el jefe de cocina.-Esto no se puede comer -protestó.La princesa entonces, mirando a su padre, ordenó que trajeran sal. Y el anciano rompió a llorar, pues en aquel momento comprendió cuánto le amaba su hija menor y lo mal que había sabido comprenderla.En cuanto a las otras dos ambiciosas princesas, riñeron entre sí y se produjo una guerra en la que murieron ellas y sus maridos. De tan triste circunstancia supo compensar al anciano monarca el cariño de su hija menor.
Fin